
El suelo queda mojado, balo la espera de un resbalón de algún borracho. Otras gotas caen de los techos de las terrazas y se dejan fundir en los charcos que mañana seguirán presentes para mojar a cualquier zapato.
Todas las farolas siguen encendidas y a las dos de la madrugada, entre el leve chispeo y una brisa fría que se cuela por la ventana, una pareja se ríe al fondo de la calle palpando la impaciencia de llegar a la cama para compartir el calor de una noche de noviembre en la que el inverno se asoma por las alcantarillas.
Algunos pájaros hablan mientras que una farola parpadea y deja una lúgubre esquina a merced de la oscuridad. Miro hacia el frente y veo mi cara reflejada mientras que un bostezo le persigue después de esta tardía noche de invierno.
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