Llegué a la estación de autobuses de Algeciras, me dirigí hacia la taquilla de Portillo y pregunté cuando salía el próximo autobús con destino a Málaga, a la que la
Tras la aburrida espera se me ocurrió la fantástica idea de sacar la guitarra allí en medio de la estación un rato ¿por qué no? Pues eso hice, así que desenfundé mi amiga de seis cuerdas la cual tenía un poco de polvo, pues ya casi ni la usaba. Entonces me puse a tocar un poco la bso de Rocky Balbao y un Riff de AC/DC (por algo que me sé) y un hombre de unos cincuenta y cinco años; con gafas de sol clásicas (no de estas que se llevan ahora que te tapan la cara), pantalones vaqueros gastados, chaqueta a juego, camiseta negra lisa y dos o tres cadenas que le colgaban del cuello, al parecer por su color, de plata. Todo esto acompañado de una muleta, pues cuando me di cuenta que tardaba un poco en venir me percaté de que el pobre hombre estaba cojo.
Se sentó a mi lado y me contó que él tenía una guitarra igual que la mía, que se la compró en Mallorca “por aquellos tiempos” en los que tenía un grupo en el que cantaba, tocaba la guitarra y que ensayaban en una terraza de su amigo, como Los Beatles. Le di el permiso para que cogiera mi guitarra y se puso a tocar canciones “de aquellos tiempos” pero que aún perduran en el tiempo, pues muchas de ellas sabía cuales era. Me narró cómo se partió una de sus piernas cuando “por aquellos entonces” tenía una moto “hally” y por beber un poco más de la cuenta se pegó un porrazo que le dejó la pierna derecha fastidiada, pues la otra la tenía coja de nacimiento. Pobre hombre pensé. Me contaba que trabajaba para la ONCE, pues su minusvalía era lo que podía hacer.
Entretanto, mi autobús llegó al andén y me despedí del hombre, pues si no llegaba a tiempo, la bicicleta no tendría sitio en la zona de equipaje y quizá me tendría que quedar en tierra, así que actúe rápido y el choffer, que previamente había hablado conmigo, me miró diciendo “corre que como pongas antes las maletas te vas a tener que quedar en la estación unas horitas más” y como pude la guardé, me monté en el autobús y, aunque no me vio, le dije adiós con la mano.
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