Después de llegar a mi casa agobiado por mi dulce viaje de tres horas y media en autobús me duché, comí algo y me tumbé sobre la cama para descansar después de mi vuelta a casa por Navidad. Tras hora y media tumbado y sin hacer nada provechoso, mi “yo estudiante de periodismo” se hizo dueño de mí y me dirigí a una especie de estantería, debajo de la cual se encuentra el mini-bar que asaltaba tantas veces a mis quince años, para ver si todavía habían aquellos periódicos que mi padre compraba y los guardaba para recordar las victorias del “Atleti”. Pero no estaban y me encontré con varias revistas dedicadas a la prensa rosa. Mi “yo estudiante de periodismo” enfureció y seguidamente tras agachar la cabeza de aquella estantería le pregunté a mi madre: “¿¡Donde están los periódicos que habían aquí!?” A lo que me contestó: “Ocupaban muchos espacio y los he tirado” seguidamente mire a mi madre con cara de desprecio y me volví a mi cuarto muy indignado. Me puse a ver las ediciones online de los periódicos pero no las leía cómodamente; no podía subrayar las frases que no entendía, no podía ponerle bigote a Ángela Merkel y peluca a Sarkozy, no podía recortar fotos que me gustaban, es decir, me sentía incapacitado tras la pantalla del ordenador. Entonces pensé durante unos segundo y le volví a gritar desde mi habitación a mi madre: ¡Mamá, cuando mañana vayas al pueblo, pásate por la librería y cómprame El País! (que yo me quedaré durmiendo hasta las tantas del mediodía) claro está que esta frase no la dije en alto por si me rechistaba, pero mi plan de esa mañana era ese: dormir hasta que me despertaran para comer y quizá para merendar. Antes de entrar en periodismo apenas veía la televisión, ya que creía que todo lo que salía de esa caja era inútil, sin embargo, tras pasar mi estancia en Málaga, mi opinión sobre la televisión cambió y casi no me perdía ningún telediario (excepto el día que me levantara para merendar) e incluso creo estar un poco obsesionado con Lourdes Maldonado.
A la mañana siguiente me desperté sobre las una del mediodía y vi el periódico El País sobre mi escritorio (aún sin desordenar). Fue como si Los Reyes ya hubieran llegado y ese periódico sin abrir fuera el regalo esperado. Lo disfruté a mi manera y le volví a repetir a mi madre que me volviera a comprar al día siguiente. Al día siguiente se le olvidó y no tuve más consuelo que más Lourdes Maldonado en el telediario. Así pasaron los días entre “países” y Lourdes Maldonado.
Como conclusión, gracias a estos tres meses ha despertado mi curiosidad por los periódicos y por