Para nada. No ha sido un invierno fácil, ha habido noches en las que me desvelaba, quizá fueron los problemas los que no me dejaban coger el sueño, los malditos recuerdos que saben cuándo aparecer; haciendo que me levante de la cama, me dirigiese a la cocina, calentara un poco de leche con cacao y me sentase en el sofá mirando mi propio reflejo en la pantalla una vieja televisión. Sorbo tras sorbo, mientras mis labios se manchan del blanco de la leche y el vapor de la taza de The Beatles desaparece en el aire. Dejo que repose la taza en un mueble de Ikea, giro el cuello y contemplo las farolas de la calle vacía, las que no alumbran a nadie y que por aquellas noches imprudentes nos iluminaban el camino hacia nuestra cama, la que nos dio la fama, de aquel gran amor de pueblo, de dos niños que saltaban charcos y besaban noches tras noche.
Sonrío, persiste el recuerdo a pesar de que el amor murió. Cierro las cortinas del salón y me dirijo hacia mi habitación por el pasillo de este piso alquilado, me meto en mi cama ya deshecha, busco la almohada en la oscuridad, cierro los ojos y me emerjo en el mundo de los sueños, donde sé que la conoceré, sé que la querré y sobre todo sé, que seré, contigo, el más feliz. No ha sido un invierno fácil, para nada.
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